Hasta ahora, la hipótesis más extendida sobre por qué los primates tienen un cerebro grande consideraba que la sociabilidad era la principal impulsora de su complejidad cognitiva, es decir, que las presiones sociales llevaron en última instancia a la evolución del gran cerebro humano.
Sin embargo, un estudio publicado en la revista Nature Ecology and Evolution contradice esta teoría. El trabajo, liderado por antropólogos de la Universidad de Nueva York, Estados Unidos, refuerza la noción de que la evolución del cerebro en primates –humanos y no humanos– puede estar impulsada por las diferencias en la alimentación más que en la socialización.
“Es probable que las complejas estrategias de forrajeo, las estructuras sociales y las habilidades cognitivas hayan avanzado conjuntamente a lo largo de la evolución de los primates”, explica Alex DeCasien, estudiante predoctoral en la Universidad de Nueva York y autor principal del estudio. “Sin embargo, si la pregunta es: ¿Qué factor es más importante, dieta o sociabilidad, cuando se trata de determinar el tamaño del cerebro de las especies de primates? Entonces, nuestro nuevo análisis sugiere que ese elemento es la dieta”, confirma.
Algunos estudios previos habían demostrado relaciones positivas entre el tamaño relativo del cerebro y el tamaño del grupo social. Sin embargo, otros trabajos, que examinaban los efectos en diferentes sistemas sociales o de apareamiento, mostraron resultados que entraban en conflicto. Esto planteaba interrogantes sobre la robustez de la hipótesis del cerebro social.
Los científicos que participaron en esta investigación examinaron más de 140 especies de primates –una proporción tres veces más alta que estudios previos– e incorporaron los datos evolutivos más recientes de las filogenias de los primates.
Asimismo, tuvieron en cuenta las diferencias en el consumo de alimentos entre las especies estudiadas –si eran omnívoros, folívoros (si se alimentan de hojas), frugívoros (dieta basada en frutas) o frugívoros y folívoros– así como varias medidas de socialidad, como el tamaño de grupo, su sistema social y su sistema de apareamiento.
Las especies que consumen frutas tienen cerebros más grandes
Después de controlar el tamaño corporal y la filogenia, sus resultados indican que la dieta determina más el tamaño del cerebro que las diversas medidas de sociabilidad.
Tras considerar la relación evolutiva de cada especie y su tamaño corporal relativo, los autores hallaron que los primates que comen frutas tienen alrededor de un 25% más de tejido cerebral que las especies que comen plantas. Los frugívoros y los frugívoros y folívoros presentan cerebros significativamente mayores que los folivoros y, en menor medida, los omnívoros muestran cerebros significativamente más grandes que los folívoros.
Aunque este análisis no es capaz de discernir por qué comer fruta conduce a la evolución de cerebros más grandes, los expertos sugieren que puede deberse a una combinación entre la demanda cognitiva que supone recordar la ubicación de la fruta y la extracción manual que requiere su consumo. Además, la ingesta de fruta es más rica en energía en comparación con la de las plantas.
Sin embargo, los expertos advierten que estos resultados no indican una asociación entre el tamaño del cerebro y el consumo de frutas o proteínas, más bien evidencian demandas cognitivas diferentes según la especie para conseguir ciertos alimentos.
“La fruta está más dispersa en el espacio y el tiempo en la naturaleza, y su consumo a menudo implica conseguirla en lugares difíciles de alcanzar o cáscaras de protección”, apunta DeCasien. “Juntos, estos factores acarrean que las especies frugívoras necesiten mayor complejidad cognitiva y flexibilidad”, añade.
Chris Venditti, investigador de la Universidad de Reading, Reino Unido, que ha escrito un News & Views en la misma revista a raíz a este trabajo, expone: “Estoy seguro de que este estudio volverá a enfocar y revigorizar la investigación que busca explicar la complejidad cognitiva de los primates y otros mamíferos. Quedan aún muchas preguntas por resolver”.
Fuente: Nature Ecology and Evolution (2017); doi:10.1038/s41559-017-0112