La estimulación cerebral profunda, una terapia que consiste en implantar unos electrodos en la corteza subcingulada y aplicar una corriente eléctrica, se utiliza con éxito en enfermos con depresión que se muestran resistentes al tratamiento farmacológico con antidepresivos. Un equipo liderado por expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha descubierto en ratas que cuando se aplica dicha terapia en la corteza infralímbica se produce una liberación del glutamato -principal transmisor excitador del cerebro- en la corteza cerebral y activa el receptor AMPA, lo que produce la acción antidepresiva. El trabajo se ha publicado en la revista Cerebral Cortex.
El principal neurotransmisor que excita el cerebro es el glutamato. “Tomando como base la amplia utilización de la técnica con la enfermedad de Parkinson, otros expertos han propuesto que la estimulación cerebral profunda produce una inactivación funcional de la zona estimulada. Sin descartar totalmente esta posibilidad, hemos visto que lo que hace la estimulación cerebral profunda es activar una serie de proyecciones de la corteza. Ese efecto es el responsable de la acción antidepresiva”, explica el investigador del CSIC Albert Adell, actualmente en el Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria.
Según el estudio, es probable que algunos de los receptores AMPA que se activen mediante la estimulación cerebral profunda contribuyan al efecto antidepresivo, pero no todos. Es decir, puede que solo una parte de estos receptores sean responsables de dicha función. Por eso, los investigadores se plantean como próximo objetivo ampliar sus conocimientos sobre el funcionamiento de este mecanismo y ver si dichos efectos se pueden suplir con la administración de fármacos, ya que, como explica Adell, “aunque es una técnica efectiva para el tratamiento de la depresión resistente no deja de ser invasiva. A largo plazo queremos intentar que esos efectos se puedan suplir con la administración de fármacos, un tipo de terapia mucho más tolerada”.
En el estudio han participado investigadores del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona, del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental y la Universidad de Cádiz.
FUENTE: Cerebral Cortex (2015); doi: 10.1093/cercor/bhv133