“A pesar de algunas áreas aisladas de mejora, ningún país ha sido capaz de revertir la epidemia de obesidad hasta la fecha”. Con este tono marcadamente pesimista arranca el primero de los seis artículos que la revista The Lancet dedica a describir el avance del sobrepeso en el mundo y el ritmo “inaceptablemente lento” de las medidas desplegadas para combatir la pandemia de obesidad. Los investigadores que han participado en el contundente despliegue que la revista científica dedica a este tema plantean la necesidad de aplicar políticas dirigidas a fomentar el consumo de alimentos saludables -por ejemplo, a través de los impuestos a la comida basura o vales para comprar fruta y verduras a familias con pocos recursos- pero como parte de una amplia estrategia que debe incluir no solo a los Gobiernos, sino el compromiso de la industria, la presión de la sociedad y el cambio de los comportamientos individuales.
Parte de los artículos se dedican a diseccionar la magnitud del problema. Por ejemplo, a exponer que hay 2.100 millones de personas con sobrepeso en el mundo y que el 37 % de los hombres y el 38 % de las mujeres tienen un índice de masa corporal (IMC, resultado de dividir el peso por la estatura al cuadrado) cuyo resultado es mayor de 25, lo que les sitúa por encima del límite recomendado. O que desde 1980 este valor ha aumentado un 28 % en la población adulta y un 47 % en la infantil.
A este ritmo, y con las medidas actualmente en vigor, los especialistas cuestionan que se pueda alcanzar el objetivo que se marcó la OMS de mantener la incidencia de la obesidad en 2025 en los mismos niveles de 2010. “Es necesario un urgente replanteamiento de las causas, los impedimentos y las claves que nos pueden ayudar a cambiar la tendencia respecto a la pandemia global de la obesidad”, reclaman Sabine Kleinert y Richard Horton, miembros del comité editorial de la revista, en un comentario a los seis artículos.
Uno de los aspectos sobre los que se centra el foco es la obesidad infantil, cómo se ha disparado drásticamente “en menos de una generación” y el impacto de este fenómeno en la edad adulta.
Entre los países desarrollados, los especialistas ponen de ejemplo a Estados Unidos, donde los niños pesan una media de 5 kilos más que hace 30 años y uno de cada tres tiene un IMC superior al recomendado. Pero en los países en desarrollo el sobrepeso también avanza rápidamente, con la paradoja añadida de que, en muchos casos, va acompañado con desnutrición por el abuso de alimentos ricos en calorías y pobres en nutrientes (la fórmula mágica de la comida basura).
Al replicar un modelo que empleó hace décadas la industria del tabaco, el sector de la alimentación tiene un especial interés en dirigir sus mensajes hacia los menores para crear hábitos que puedan mantener en el futuro, según se plasma en uno de los análisis que publica la revista científica. “La repetida exposición a alimentos procesados y bebidas azucaradas crea preferencias de sabores y gusto”, ya sea con el consumo de papillas preparadas, cereales azucarados, bollería industrial, o aperitivos (como patatas fritas). “Los niños gordos son una inversión de ventas futuras”, destaca Tim Lobstein, de la Federación Mundial de Obesidad.
El mercado global de comida infantil procesada crecerá este año hasta los 19.000 millones de dólares (16.600 millones de euros), comparado con los 13.700 millones (12.000 millones de euros) de 2007. Frente a ello,”los Gobiernos apenas han tomado medidas para proteger a la infancia y la mayor parte de ellos confían en las iniciativas voluntarias de la industria que no son suficientes para abordar esta tarea”, reflexionan los investigadores.
Ante este escenario, la solución es abordar el problema desde un nuevo enfoque. “Nuestra comprensión de la obesidad debe de ser completamente reformulada si deseamos parar y reducir esta epidemia global”, plantea Christina Roberto, de la Escuela de Salud Publica T.H. Clan de Harvard.
“Debemos reconocer que los individuos son responsables de su salud, aunque también que desde el ámbito de la alimentación se explotan las vulnerabilidades biológicas (la innata preferencia por los alimentos dulces), psicológicas (a través de las técnicas de marketing) y socioeconómicas (el coste de los productos), lo que hace más sencillo la extensión de la alimentación poco saludable”, añade.
La parcela reservada a los Gobiernos consistirá en tomar medidas preventivas, entre las que los especialistas en salud pública y obesidad destacan, por ejemplo, desarrollar un código internacional sobre el marketing de alimentos para proteger la salud de los niños, aplicar programas educativos para enseñar buenas prácticas nutritivas en los colegios, aplicar impuestos a productos como las bebidas azucaradas o ayudas para familias con pocos recursos destinadas a comprar frutas o verduras frescas. Pero la responsabilidad de reducir la prevalencia de la obesidad debe ir más allá del ámbito gubernamental, a juicio de los especialistas. Y ello debe implicar no solo a la industria, sino de forma destacada a los propios ciudadanos, a través de la movilización social.
Un ejemplo de éxito es México y la Alianza por la Salud Alimentaria, una asociación integrada por entidades sociales movilizadas contra el sobrepeso. Como consecuencia de sus esfuerzos, este país aprobó en 2014 un impuesto a las bebidas azucaradas que lo situó en la primera línea de la batalla contra la obesidad en este tipo de iniciativas.
FUENTE: El Pais (Jaime Prats)